CUENTOS GANADORES DEL 1º CONCURSO SOBRE CUENTOS DE MEDIACIÓN ORGANIZADO POR LA DELEGACIÓN EN GUANAJUATO (MEXICO)
FORO INTERNACIONAL DE MEDIADORES PROFESIONALES
U. LOYOLA ANDALUCÍA
Nuestro enorme agradecimiento a Ingrid Michel Niehus, Delegada de FIMEP en Guanajuato
EN SUS
MARCAS, LISTOS, ¡MEDIACIÓN!
Por: Teresita Navarrete Villa
Hace
mucho tiempo existió un lugar llamado Villa Alfalfa. Tenía un cielo
completamente azul y nubles muy blancas. Sus calles siempre lucían limpias,
todas sus casas tenían hermosos jardines, muchos árboles y flores de todos colores.
En Villa Alfalfa vivían roedores
de todos tamaños, desde pequeños ratones hasta grandes conejos. A pesar de las
diferencias que existían entre sus habitantes en ella reinaban los valores del
respeto, la amistad y la cooperación.
En la calle Zanahoria vivía Aidé,
una cobaya, su primo el conejo Mateo y su amigo Javier, un hámster. Después de
la escuela, al terminar sus tareas, se
reunían por las tardes a jugar, les gustaba subir a sus bicicletas, recorrer
toda la villa y competir para saber quién era el más rápido de los tres. Sus
bicicletas eran muy bonitas, tenían colores brillantes y grandes ruedas, pero
la bicicleta de Mateo se distinguía de las demás porque tenía una pequeña
canasta que le habían regalado sus papás.
Un día, Aidé fue a visitar a su
abuelita Rosa que vivía del otro lado de la ciudad y no pudo ir a jugar con
Mateo y Javier. No era la primera vez que alguno de ellos no estaba, así que la
ausencia de Aidé no impediría a Mateo y Javier divertirse como todas las
tardes.
Todo transcurría como de costumbre,
ambos disfrutaban de aquel atardecer cuando, ¡de repente!, tuvieron la idea de
intercambiar sus bicicletas para darle un toque diferente a la última carrera
del día.
Mateo subió a la bicicleta de
Javier y Javier a la de Mateo, ambos se acomodaron en la línea de salida y
gritaron al mismo tiempo —¡En sus marcas,
listos, fuera!—.
Inmediatamente Javier tomó la delantera, iba tan rápido que apenas podía
distinguir los árboles que pasaban junto a él.
Pocos segundos después Mateo lo
rebasó, se podía ver como el viento levantaba sus largas orejas. Mientras
Javier gritaba —¡Te alcanzaré!—.
Faltaba poco para llegar a la
meta cuando ¡zas!, Javier se había caído. Mateo escuchó el golpe, se detuvo y
fue a confirmar que Javier estuviera bien. Afortunadamente Javier no se había
lastimado pero la canasta de la bicicleta se había destruido.
Javier se puso de pie, vio a
Mateo y le dijo —Lo siento, fue un
accidente—. Mateo
tomó la bicicleta, se dio la vuelta y sin pronunciar palabra alguna se fue a su
casa. Javier no sabía qué hacer, así que agarró su bicicleta y también se fue a
casa.
Al día siguiente Aidé se sentó en
la banqueta de la calle, esperando que Mateo y Javier salieran a jugar.—¡Tic, tac, tic, tac!—, sonaba el reloj, pero nadie salía.
Pasaron algunos minutos y por fin
aparecieron, pero ni siquiera voltearon a verse. Aquella situación era
preocupante y muy incómoda para Aidé, así que se acercó a Mateo y le preguntó —¿qué pasa?, ¿por qué no hablas con Javier?—, a lo que Mateo
respondió entre lágrimas —él rompió la
canasta de mi bicicleta—.
Después
de un momento Aidé decidió acercarse a Javier. Quién con
ojos llorosos le contó —ayer Mateo y
yo decidimos intercambiar nuestras bicicletas para hacer la última carrera
antes de irnos a casa. Poco antes de llegar a la meta, me caí y rompí la
canasta de su bicicleta—.
Aidé
recordó que tiempo atrás, en
la escuela, le habían platicado de la mediación, una forma de resolver
los conflictos que surgen entre dos personas. Esta era la ocasión perfecta para
poner en práctica aquello que había aprendido. Aidé, como buena mediadora,
antes de intentar ayudarlos les preguntó si estaban dispuestos a buscar una
solución y continuar con su amistad. Javier respondió —claro que sí Aidé—. Mateo,
por su parte, tomó algunos minutos para pensarlo y al final dijo a Aidé que sí.
Los
tres se sentaron en el pasto, Aidé en medio de ellos, Javier a la derecha y Mateo a
la izquierda. Aidé comenzó diciendo —muchas
gracias por estar aquí y por su
interés en buscar una solución a lo ocurrido el día de ayer—. En ese momento,
Javier y Mateo intercambiaron una pequeña mirada pero se mantenían en silencio.
Aidé dijo —en esta ocasión yo seré la mediadora, sepan que no
estoy ni a favor ni en contra de ninguno de los dos. Siéntanse en confianza de
decir cómo se sienten y compartir sus pensamientos, nadie más sabrá lo que
platiquemos—.
Cada uno de ellos tendría la
oportunidad de contar lo que había pasado y de responder los demás comentarios,
pero lo harían por turnos, con la intención de escucharse bien y respetar la
palabra del otro. Para que el orden de los turnos no fuera motivo de discusión,
se decidió en un volado que Javier comenzaría y después seguiría Mateo.
Aidé escuchó atentamente cómo
había comenzado todo, primero en la versión de Javier y luego en la de Mateo.
Javier comentó —iba tan
rápido que no pude notar que había algunas hojas de los árboles en el suelo,
así que cuando pasé encima de ellas las ruedas se resbalaron y no pude mantener
el equilibrio de la bicicleta. Entonces caí sobre la canasta y la rompí—.
Mateo dijo —no sabía lo que había ocurrido, lo único que recuerdo es que
vi hacía atrás y me di cuenta de que Javier se había caído, me
acerqué a él, en ese momento me di cuenta de que mi canasta estaba rota—.
Aidé
preguntó —¿Javier cómo te sentiste cuándo viste lo había pasado?—
—Me sentí
muy mal, triste porque sé que la canasta era un regalo de sus papás— respondió Javier.
Más tarde Aidé le preguntó a Mateo —¿tú cómo te sentiste?—, Mateo respiró profundo y dijo —me dio tristeza y también coraje porque, como dijo
Javier, era un regalo de mis papás. Sé que fue un accidente pero estaba triste
y enojado. Papá dice que cuando nos enojamos decimos cosas que lastiman los
sentimientos de los demás, así que preferí irme a casa—.
Javier
vio a Mateo y le dijo —Discúlpame, no fue mi
intención—. Mateo se
levantó, le dio un abrazo y aceptó sus disculpas.
En este momento Aidé sonrío y le
preguntó a Mateo —¿Hay algo más que podamos hacer
para que te sientas mejor?—.
—¡Hay
que hacer otra canasta!— gritó Mateo emocionado.
—¡Sííííí!—
respondieron Javier y Aidé
Al
día siguiente, con un poco de ayuda de los papás de Mateo, los tres pequeños roedores hicieron una nueva canasta para la
bicicleta de Mateo.
A partir de ese momento Aidé,
Javier y Mateo fueron mucho más unidos y su amistad continúo durante muchos
años. Los tres contaron aquella anécdota a su familia y vecinos, con la
intención de dar a conocer la mediación y en caso de ser necesario usarla para
restablecer la buena convivencia en Villa Alfalfa
Y colorín
colorado la mediación ha triunfado.
EL EXTRAORDINARIO.
Por: Leonel
Torres Salinas
Aún
brillaba la luz del sol a través de las viejas cortinas rojas que se mecían al
viento; sobre una pequeña mesa se albergaba una triste flor de aquella
habitación sombría, viciada por el humo de un cigarrillo sin terminar en el
cenicero de cristal, el sutil hálito de un café, amargo por recuerdos
interminables antes de despertar, despabilaba a una mente desordenada en el
caer de la tarde; la cara le ardía y su cabeza era martillada por mil demonios
pisoteando fuerte, el sabor a sangre en la boca hacía juego con los cardenales
de su cuerpo. Trataba de recordar el pobre Ignacio, trataba de entender lo que
recordaba y trataba de negar lo que
entendía.
-Mijo, ya va siendo hora de que se levante,
¡ánde a traerme un poco más de leña!
Doña Eduviges del Socorro estaba a un lado del
fogón, removiendo unas ollas y cortando unas hierbas en la mesa, los surcos en su
piel daban fe de los muchos años que hubieron de pasar por su frente para tener
esa faz morena, tranquila y chimuela, con sus manos cansadas pero pacientes,
removía una y otra vez aquel menjurge del cual se desprendía un extraño aroma.
Incorporándose de a poco, levantóse Ignacio con
gran dolor, el cuello torcido y un hombro dislocado, apuró de un trago el
chupito de mezcal al lado del jarro de café, escupiéndolo enseguida al sentir
en su boca el fuego del alcohol en las heridas; se limpió con el puño de su
camisa y procedió a sorber de aquél café de olla con piloncillo, que tanto le
había gustado de escuincle cuando visitaba a su abuela.
-Madrecita, siento la cabeza tan revuelta, ¡y tan dolorida! que creo ya está toda quebrada, pos se me jueron las memorias y ya no sé ni a qué hora he pasado de mi casa a la de asté.
-Madrecita, siento la cabeza tan revuelta, ¡y tan dolorida! que creo ya está toda quebrada, pos se me jueron las memorias y ya no sé ni a qué hora he pasado de mi casa a la de asté.
-Esto es un asunto mijito, que pronto has de
resolver, búllele por la leña y atízale a las brasas, que con este remedio te
será más fácil ver.
Saliendo entre pensamientos confusos y
enmarañados, Ignacio fue por la leña mientras su abuela acababa de ponerle los
últimos manojos de árnica y belladona a la infusión, con fermento de maguey y
cocido de biznaga pelona, que solo la gente más grande y vieja del rancho de
“El Varal” sabía preparar.
Al entrar su nieto y arrimarle las ramas y
troncos secos que había juntado, avivó el fuego que triste aparentaba
consumirse, le indicó se sentara en la mecedora en el patio frente a la casa,
al lado de los columpios de costales y mecates, que había puesto el buen
Ignacio en los huizaches, para cuando sus retoños se aburrieran al visitarla,
dándole una vista de los cerros tan bonitos, tan reverdecidos en las lloviznas
de finales de verano y principios del otoño acá en el Guanajuato.
En esto estaba pensando apesadumbrado Ignacio,
sentado en la mecedora, mientras sus ojos se llenaban del último naranja de la
tarde, cuando su abuela con otro humeante jarro llegaba a interrumpirle
amablemente, le hizo extender el brazo, y la viejecita valiéndose de su poca
fuerza y el vaivén de la silla, acomodóle el hombro dislocado de un tirón bien
pronunciado que ni él mismo se creyó.
-Tómese este tecito mijo, y entre más le tome y
más feo le sepa, usté no se raje hasta que le haya visto fondo, y cuando se lo
encuentre, déle un saludo de mi parte.
Pensando en haberle escuchado mal la última
parte, empezó a beber de aquel viscoso y amargo revoltijo, sintiendo que las
tripas se le volteaban al momento, aferróse a seguir en tal faena, que pronto
ya no hubo más del contenido.
Por un momento de eructos encontrados, iba
sintiéndose devolver cuando de pronto, su vista se oscureció y perdiendo el
equilibrio sentía en sus miembros como se iban desvaneciendo entre los cerros,
hasta que de repente no hubo más mundo que sí mismo en un espacio oscuro, sin
nada más que una profunda soledad iluminada fugazmente por espectros de colores
que efímeros danzaban ante sus ojos. Ahí fue cuando al fijar la vista en la
negra inmensidad, le pudo identificar, blanco, blanco como la nube en el cielo,
como el coral del mar, un punto en lo lejano que crecía al dirigirse hacia él.
-¿Cómo estás Ignacio? ¿Hay algo que quieras
saber?
De repente, como un rayo en la tormenta oscura,
Ignacio le reconoció, pues su padre y el padre de su padre le habían platicado
de aquél señor de barba blanca, que no había nada oculto para él, y todas las
respuestas en sus ojos se reflejaban con tan solo mirarlo, aquél individuo
conocido como el extraordinario, era él, ése que estaba frente a Ignacio.
-Señor, fíjese asté que hoy he despertado
molido, agotado y sin memoria, en una casa diferente a la mía cuando se supone
debía haber llegado con mi Susanita pa comer y enseñarle unos trabajos a mi
chilpayate, a mi dieguito.
-Ya sé de qué me hablas, bueno, te explicaré,
haz de cuenta que hoy del trabajo hubiste llegado, cansado y sin comer, cuando
pronto entrando a casa, te encuentras al patrón con tu mujer y sin pensarlo ni
un segundo tu machete a su cabeza fue a caer.
Como sus matones le estaban buscando, su grito
les comunicó, que en tu casa y con tu mano al señor llegaste a herir, apurando
el paso entraron y tu pronto para huir, pos te fueron correteando para ver tu
alma morir.
De tanto miedo fuiste por las calles empedradas,
y en un traspié te alcanzaron a surtir, pero te zafaste de milagro y en la
sierra caíste revolcado, arrastrándote a la casa de tu vieja abuela santa.
Esto fue lo que pasó, pero a tu abuela yo le
debo algunos favores, así que te daré la oportunidad de que vuelvas a elegir,
tienes que tomar en cuenta, que aunque los impulsos y el coraje son de los
sentimientos más humanos, la prudencia y la comunicación son las herramientas
que se les han dado a los hombres para irse construyendo más allá de lo animal.
Le mando muchos besos a mi Eduviges.
En eso, como si de un sueño se tratase, en el
campo Ignacio despertó, al mirar su reloj se percató de ser justo la hora de
salir del trabajo, tomó sus cosas y ampliamente consternado sobre lo que había
sido realidad, llegaba a la casa para encontrar al Don Refugio con su esposa,
tal y como se lo había contado el extraordinario, pero en vez de sacar su
machete, agarró a su mujer y el patrón confundido se empezaba a disculpar en lo
que llegaron sus matones, subieron a la camioneta a su jefe y se marcharon sin
más.
Ignacio no había tenido una vida fácil, el ser
abusado por el cacique de su rancho y con la necesidad de los sábados salir del
pueblo para Silao y de Silao a León, con su costal de chiles que habría de
llevar en la oruga apretado y llegar al centro para ofrecerlos a dos pesos por
kilo, se hubiera contentado por continuar la historia como ya se la habían
mostrado, pero aquella no terminaba bien ni para él, ni para su Susana ni su
dieguito.
Así fue como decidió ir hasta Guanajuato en
búsqueda de cómo arreglar el agravio que había tenido su familia, hasta llegar
al Centro Estatal de Justicia Alternativa del Estado de Guanajuato donde le
aconsejaron tomar el servicio de mediación como forma alternativa para resolver
su conflicto.
Se procedió con el proceso, y Don Refugio,
aunque era un hombre ambicioso, no era de mal proceder, atendiendo a la
propuesta se les asignó un mediador, con ayuda del cual Ignacio pudo saber, del
engaño de la esposa del patrón y que en la borrachera había entrado a su casa
para olvidarse de aquélla mujer.
Ambos llegaron al acuerdo de un desagravio por
parte del patrón y una mejora de las condiciones laborales ante las cuales se
regía Ignacio, reconociéndolo como buen trabajador y hombre de valor.
Fin.
CUIDADO
CON EL QUINTO PISO
Por: Paulo Brito
En
un lugar de la mancha (urbana) de cuyo nombre no quiero acordarme vivía un
joven llamado Salomón, o Salo, como lo conocían sus amigos. Él prefería Salo,
pues decía que si se pronunciaba rápido Salomón sonaba a salmón, y a él ni
siquiera le gustaba el pescado.
Salo
recién había conseguido un empleo en una compañía grande, pero para ello se
tuvo que mudar de su ciudad natal. Encontró un departamento muy lindo y cerca
de su trabajo. Aunque estaba en un quinto piso, no le molestó el hecho de tener
que subir diario las escaleras pues tenía una vista espectacular del paisaje.
Estaba a punto de comenzar su nuevo empleo, era la primera noche en su nuevo
apartamento tras la mudanza. ¡Todo marchaba de maravilla! Bonita casa, buen
empleo, linda vista, no podía pedir nada más… ¿O sí?
Observando
el atardecer desde su nuevo apartamento Salo recordó aquel día que había ido
por primera vez a ver el apartamento donde viviría. Subía las escaleras con el
agente inmobiliario y alcanzó a escuchar a los vecinos del primer piso susurrar
–mira, ahí viene otra pobre víctima. Noto que los vecinos del segundo piso se
reían de él discretamente; los vecinos del tercer piso no fueron tan discretos
y se rieron en su cara. Cuando los vecinos del cuarto piso le advirtieron que
no se cambiara a ese piso él empezó a temer por su seguridad, pero el agente
inmobiliario lo tranquilizó diciendo que ahí eran muy bromistas, que era su
extraña forma de darle la bienvenida, que no tenía nada que temer, así que Salo
ignoró las advertencias y burlas de los vecinos y decidió mudarse aun así.
¡Zaz!
Un fuerte ruido interrumpió los pensamientos de Salo. Eran unos gritos como de
personas discutiendo que se vieron seguidos por un azote de puerta de lo más
intenso, tan fuerte que logró tirar la nueva plantita que Salo tenía en su
ventana. El valiente joven salió de su nueva casa para ver que sucedía sólo
para toparse con su nuevo vecino que recorría el pasillo. Era un señor de unos
70 años (por su aspecto tan senil se podría pensar que tenía incluso 100 años)
con cabello canoso, un aspecto facial duro y poco amistoso, pequeño de
estatura, pero con un sombrero que le hacía lucir más alto. El señor venía sobándose la nariz y
maldiciendo en voz baja. Salo trató de ser amable con su nuevo vecino. Extendió
amistosamente su mano y se presentó.
–Buenas
tardes señor, mucho gusto. Soy su nuevo vecino, mi nombre es Salomón, pero
puede decirme Salo.
El
señor no sólo no respondió su saludo sino que siguió caminando y murmurando
maldiciones entre dientes. Llegó al apartamento que estaba junto al de Salo y
mientras abría la puerta dijo en voz alta:
-Don
Gustavo, y no olvides decirlo completo DON GUSTAVO, aunque te cueste más
trabajo.
La
respuesta grosera de Don Gustavo dejó muy contrariado a Salo, pero anochecía y
tenía que levantarse muy temprano al día siguiente porque empezaría su nuevo
empleo, así que decidió ignorar lo sucedido e ir a la cama.
Al
día siguiente Salo volvía muy feliz de su primer día de trabajo, le había ido
mejor de lo que esperaba. Llegó a su casa, subió velozmente las escaleras del
edificio y cuando por fin llegó al quinto piso vio a una mujer algo robusta, de
alrededor de media centena de años de
edad, con cabello negro, un chongo mal hecho y ropa deportiva algo desgastada.
Ella estaba regando unas plantas ya marchitas en el apartamento junto al de
Salo, opuesto al de Don Gustavo.
–Buenas
tardes señora, soy Salo, su nuevo vecino.
(Recordando
la respuesta grosera de Don Gustavo Salo no extendió la mano esta vez). La
señora con un gesto algo ofendido replicó:
-¡señorita
aunque le cueste creerlo! Y me llamo Patricia Dolores del Socorro, pero dime
Lola, y no hagas tanto ruido al subir las escaleras, no seas maleducado.
Salo
quedó desconcertado por ser llamado maleducado por alguien que no había
mostrado demasiada educación hacia él, pero hizo caso omiso del comentario y
entró a su casa. Un rato después escuchó llegar a Don Gustavo, y fue directo a
reclamarle a Lola. Sucedió el mismo espectáculo escandaloso de la noche previa,
pero al saber a qué se enfrentaba Salo no quiso salir esta vez.
Salo
llevaba pocos días en ese nuevo apartamento y comenzaba a sentirse solo. Los
padres de Salo le aconsejaron tener una mascota que lo acompañara en su nueva
casa, le sugirieron adoptar un cachorro. Uno pequeño que pudiera tener en el
pequeño patiecillo de servicio de su apartamento. Salo decidió seguir el
consejo y adoptó un pequeño perrito salchicha. Lo llamó Canito. Era el perro
más tranquilo que se pueda alguien imaginar. Incluso Salo se asustó al inicio
pensando que podría ser mudo, ya que el cachorro no hacía ruido ni para comer,
pero un día Salo arrojó por accidente una almohada sobre el cachorro y el pobre
can dio un ladrido de susto. Fue entonces cuando descubrió que no era mudo.
Salo llegaba feliz del trabajo, batallaba con las malas caras de Lola, pero se
contentaba sacando a pasear a Canito. Más tarde escuchaba los acostumbrados
reclamos de Don Gustavo, seguidos por el azote de puerta de Lola. Le reclamaba
diario cosas distintas…que ocupaba su lugar de estacionamiento, que sus macetas
estorbaban el pasillo, que sus plantas marchitas contaminaban la vista, por
todo. Parecía que Don Gustavo sólo buscaba excusas para reclamar, y Lola le
devolvía los reclamos con mucha intensidad. Después del azote se calmaban las
cosas, sin embargo algunos días que llegaban a coincidir Lola y Don Gustavo por
la mañana en el pasillo continuaban su pelea interminable.
Así
pasó un mes, dos meses, tres meses, pero Salo estaba poco contento con la
situación por lo que decidió que era hora de intervenir y mediar las cosas. Un
viernes saliendo del trabajo fue al supermercado y compró todo para hacer una
gran cena gourmet. En su casa imprimió un par de invitaciones que se veían muy
elegantes y las dejó en las puertas tanto de Don Gustavo como de Lola. A ambos
los invitó a cenar a su casa el día sábado a las 8pm. Salo preparó todo para
hacer de la cena un evento muy agradable. El primero en llegar, con la
puntualidad de un tren a las 8 en punto fue Don Gustavo. Vestía su acostumbrado
traje con parches en los codos y su desgastado sombrero, pero esta vez usaba
también un moño. Tocó la puerta y Salo lo invitó a pasar. Don Gustavo esbozó en
su cara una mueca que parecía ser una sonrisa algo oxidada, señal que no lo
hacía muy seguido.
–Bienvenido
Don Gustavo, póngase cómodo, está en su casa. -Dijo Salo-Espero a otra persona
muy importante, no le importa que compartamos la cena ¿verdad?
-Pues
si es tan importante no me importará seguramente. Traje una botella de vino,
¿dónde la puedo dejar? –respondió Don Gustavo.
Salo
le indicó que sobre la mesa. Así que tomaron asiento y comenzaron a platicar.
Salo descubrió que Don Gustavo era director de un colegio. También se enteró
que cada día después del trabajo iba a visitar a su hija que trabajaba en una
cafetería, por eso llegaba siempre tan tarde.
-¿La
visita diario? ¡Increíble! Ella debe estar muy feliz de verlo todos los días
-dijo Salo-.
-La
verdad no, ella no sabe que soy su padre. Me separé de su mamá cuando ella era
muy pequeña, y su mamá nunca me dejó visitarla. La busqué por todos lados y
apenas me enteré hace un par de meses que trabaja ahí, la visito desde entonces
buscando el valor para decirle que soy su padre pero temo que no reaccione
bien-dijo Don Gustavo.
El
sonido del timbre interrumpió la sensible plática. Don Gustavo aprovechó la
interrupción para ir al baño mientras Salo abría la puerta. Apareció Lola bien
arreglada, con un vestido azul y con un pay de manzana del cual emanaba un
aroma muy agradable. Salo la invitó a pasar y tomaron asiento en la sala.
Comenzaron a platicar acerca de lo feliz que estaba Lola de la invitación pues
hacía mucho que no asistía a una cena tan elegante. (La verdad no la invitaban
a ningún lado desde hace ya bastantes años) Salo agradeció el cumplido y le
comentó que había otro invitado de honor esa noche, y le preguntó si ella no
tenía problema con ello.
-Mientras
no sea el gruñón de Don Gustavo todo está bien-contestó ella bromeando.
Salo
buscaba que responder a dicho comentario cuando salió del baño Don Gustavo.
Tanto Don Gustavo como Lola preguntaron casi en unísono que estaba haciendo el
otro ahí. Comenzaron a gritarse. Salo no sabía qué hacer. Trató de ofrecerles
galletas, de contarles chistes, e incluso de mostrarles su colección de
corcholatas antiguas pero nada parecía cesar la pelea. En ese momento se
percató de algo…en su prisa previa a la cena había dejado abierta la puerta del
cuarto de servicio, y sucedió justo lo que temía…Canito llegó corriendo a toda
velocidad, y asustado por los gritos de los vecinos comenzó a ladrar, como
regañando a los señores por su manera inmadura de discutir. Ambos vieron al
perrito e hicieron una cara que denotaba gran ternura. Resulta que entendieron
el mensaje que trataba de transmitirles y tomaron asiento en silencio. El
cachorro en agradecimiento se acercó a ambos moviendo la colita. Ellos lo
acariciaron y sin darse cuenta estaban conviviendo como nunca lo habían hecho
en tantos años viviendo juntos. Aprovechando el momento Salo explicó que quería
solucionar de una vez por todas el problema entre ambos, y que agradecía su
buena disposición para ello. Ambos explicaron sus respectivas perspectivas de
los conflictos, y Salo fue proponiendo soluciones a todos y cada uno de ellos.
Tanto Lola como Don Gustavo las escuchaban, complementaban, llegaban a acuerdos
comunes. La velada siguió de una manera muy pacífica. Canito estaba feliz de
recibir tanto cariño por parte de los invitados. Cuando terminaron con los
acuerdos y también con la cena Lola les platicó que ella trabajaba en una
clínica de asistencia familiar, por lo que Salo se tomó la libertad de comentar
la situación entre Don Gustavo y su hija. Al principio Don Gustavo se molestó
un poco porque era algo muy personal y le daba vergüenza la situación, pero
Lola le ofreció su ayuda para ayudarle a reconectarse con su hija, por lo que
Don Gustavo quedó muy agradecido. Don Gustavo ofreció a cambio algunos consejos
de jardinería para que Lola pudiera revivir sus plantas.
Desde
aquella noche no se escuchó más el ritual de discusión entre Don Gustavo y
Lola. No más gritos, ni más portazos. Muy al contrario, se escuchaban palabras
de amabilidad y cordialidad. Don Gustavo pudo acercarse a su hija gracias a la
intervención de Lola, y a su vez Lola tiene ahora las plantas más bonitas de
todo el edificio en sus macetas. Canito es un perro muy feliz y consentido pues
recibe muy seguido huesitos y juguetes de sus vecinos. En cuanto a Salo, no
puede estar más feliz viviendo en ese quinto piso, con un gran empleo, con el
mejor perro del mundo, la mejor vista de todas, y por supuesto, los vecinos más
amables.
EL
TRATADO DEL OMBLIGO.
Por: Ometeotl.
No hay peor monstruo a vencer que el que vive
dentro de nosotros.
Hace mucho tiempo existieron dos reinos enemigos, el de
los hombres y el de los monstruos, separados únicamente por un denso bosque al
que llamaban “el ombligo” puesto que en el centro de este había una zona en
forma curvada con la más variada y encantadora fauna jamás vista; sin embargo
nadie entraba ahí desarmado ya que nunca más volvía a salir con vida.
Justo era un pequeño niño de piel morena quien había
perdido a sus padres hace poco, fueron asesinados en un asalto a la entrada del
bosque. A Justo le gustaba ir a trabajar a una cantina popular a la que
frecuentaban los soldados del rey para enterarse de los cotilleos más frescos
de la ciudad. Hoy estaban los soldados acompañados del capitán Less, un hombre
formidable y valiente, los Monstruos le habían arrancado un brazo pero eso no
le detuvo nunca
– ¡Venimos a celebrar! – Dijo jubiloso con todos sus
soldados –Hemos dado muerte a dos de los hijos del rey de los monstruos cuando
patrullábamos el bosque- la gente que estaba ahí vitoreo esa noticia con gran
alegría–habrá guerra contra los monstruos en tres días ahora que su líder está
débil– una vez más todos brindaron por semejante éxito.
Ese día, Justo salió temprano y decidió ir por algunas
flores para la tumba de sus padres. No se le ocurría mejor lugar que dirigirse
directamente al ombligo del bosque, era peligroso, pero en ese lugar existían
tan bellos ejemplares de flores que sabía que el riesgo valía completamente la
pena. Comenzaba a oscurecer así que acelero el paso, tenía miedo de encontrarse
con un monstruo, sostuvo con ambas manos una navaja que le daba un poco más de seguridad.
Siguió su camino hasta ver aquel hermoso jardín, se regodeo de alegría y
comenzó a cortar algunas flores blancas cuyo centro era rosado y de un olor
embriagante, cuando de repente escucho unos sollozos a sus espaldas. Su corazón
se congelo al escuchar un rugido bestial, comenzó a sudar de las manos y se
giró temeroso. Había guardado la pequeña navaja en uno de sus bolsillos y le
vio… era un ser cubierto por una tela mugrosa de color obscura, y lloraba
amargamente.
Justo estaba dispuesto a escapar, aun traía las flores en
las manos y se levantó lentamente, no se atrevía a tragar saliva por el miedo a
ser escuchado ni siquiera a respirar. Comenzó a retroceder cuando, sus piernas
le flaquearon y tropezó ruidosamente, cayó de espaldas y pudo apreciar como
aquel monstruo se volteaba violentamente para verlo.
La bestia se reincorporo rápidamente y comenzó a caminar
a él, media como dos metros de altura, poseía cuatro ojos de color carmín,
enormes cuernos filosos que fácilmente podrían atravesar el yelmo de un
soldado; sus manos eran enormes con grandes garras obscuras, su piel era de un
color cadavérico como si estuviera enfermo, bajo sus ojos aún se apreciaba el
resto de lágrimas.
- Parece que la
luna llena me trajo a un crío humano – el aliento del monstruo olía a azufre-
¿A qué has venido? No conformes las personas con haberme arrebatado a mis dos
hijos, mandan a un niño a matarme, vaya que me subestiman…- el monstruo enseño
las grandes fauces que tenía, dispuesto a matar a Justo; sin embargo este
recuperando el aliento grito cubriéndose el rostro.
- ¡No! yo vine por cuenta propia a cortar flores para mis
padres –
-¿Tus padres? Me debes creer idiota para que me trague
ese cuento tuyo ¿Dónde están ellos?
- M-Muertos señor… mis padres fueron asesinados hace un
año en este mismo bosque mientras yo jugaba a las escondidas.
- ¿Quiénes les
mataron?- preguntó con ufanía el rey – ¿Vas a decirme que fueron los monstruos
y vienes por venganza?
- S-si y no señor– respondió Justo aun temblando de pies
a cabeza, nunca en su vida había tenido
tanto miedo, se quitó las manos de la cara para verle mejor.
- explícate niño.-
- A mis padres si los mato un monstruo, pero no es del
tipo que usted cree, fueron asesinados por un humano, no he venido a buscar
venganza ya que, de nada me sirve vengarme de alguien cuyos motivos de matar se
basaron únicamente en la avaricia. No hay peor monstruo que el que vive dentro
de nosotros mismos y no hay mejor victoria que deshacernos de él.
- ¿Cuál es tu nombre? – preguntó el monstruo sin
apartarle la mirada ahora llena de indagación.
- Justo, señor.
- Que nombre tan estúpido…- respondió el monstruo viendo
las flores que traía en la mano el niño confirmando la historia del mismo – Mi
esposa murió hace poco de una enfermedad y mis imprudentes hijos vinieron a
buscar flores para su tumba, al parecer se encontraron con unos soldados que
les superaban en número y les dieron muerte… ojalá les hubieran dado la
oportunidad de explicarse como lo hice contigo – al rey de los Monstruos se le
hizo un nudo en la garganta – lárgate Justo, te perdono la vida –
El niño se sorprendió, se puso de pie temblando apretando
más fuerte el tallo de sus flores - ¿Qué no vas a comerme? – curioseó tentando
su suerte.
- ¿Comerte? ¡Ja! Nosotros no comemos humanos, son
asquerosos y su carne es toxica. Es tan tonto que digan que comemos humanos…
¿será acaso que ustedes comen la carne de monstruo?- la curiosidad en los ojos
del rey era casi palpable.
- ¡No! – respondió el niño enseguida.
- Pues entonces nosotros tampoco.-
- Si ustedes no son diferentes a nosotros ¿Por qué nos
matan?-
- Es en defensa propia. El ser humano cree que al
encontrarse con un ser vivo diferente tiene el derecho de tratarle como mascota
y si es más fuerte que él lo considera una amenaza mortal y comienza a cazarlo
por temor. No te diré que entre los monstruos no hay seres con intenciones
malignas, sin embargo en toda especie existen los buenos y los malos.
El monstruo tenía razón - Nuestro reino atacara en dos
días más – pensó en voz alta el niño viendo como todo el cabello del monstruoso
rey se erizaba y su mirada se volvía felina y asesina - ¡Pero si hablo con mi
rey y logro convencerle que ustedes no quieren la guerra podrían llegar a un
tratado!
- ¡Es imposible dialogar con uno de ellos! Si el rey de
los humanos quiere guerra con los monstruos, eso tendrá. No pararemos hasta que
caiga el último de nuestra especie derramando la suficiente sangre como para
teñir el mar – el rey de los monstruos parecía frenético – más te vale Justo
que no te entrometas en esta guerra o te tocara la misma suerte –
- ¡Espera! – Le detuvo Justo – Sé que puedo… dame una
oportunidad señor – el Monstruo encaró al niño ferozmente y con la luz de la
luna vio una determinación que ni el más fuerte de sus guerreros poseía – hay
que vernos mañana aquí y le daré la respuesta de mi gente. Esto se puede
resolver sin tener que derramar sangre.
- Está bien… - respondió el enorme monstruo sin creer del
todo lo que escuchaba. Para su sorpresa el niño le había tomado del enorme
brazo y entregó las flores.
- Es una promesa –
Con eso dicho Justo salió corriendo del bosque
dirigiéndose al castillo del rey y rogó encarecidamente por una audiencia con
su majestad.
- ¡El rey de los monstruos no quiere una guerra! – gritó
reverenciando al hombre que gobernaba a los humanos, este tenía unos asombrosos
ojos azules que le miraron con incredulidad.
- Esos seres ni siquiera hablan nuestro idioma y,
¿quieres hacernos creer que hablaste justamente con el rey de los monstruos?–
- se lo juro mi rey – respondió Justo con valentía –
ellos no comen humanos –
- ¿entonces para que nos matan?-
- Porque nos temen señor. Se defienden de nosotros- Justo
levanto la mirada para enfrentar a su rey. Se miraba elegante sin parecer
exagerado, con su túnica cerúlea con adornos de oro y plata - ¿usted no se
defendería si viera que alguien le ataca? –
El rey, quien era una persona sabia se quedó pensando –
Pruébalo - reto con ufanía - Trae mañana al rey de los monstruos a mi castillo
y te creeré; entonces, podremos hablar y llegar a un acuerdo –
Justo sonrió con los ojos llenos de lágrimas, nada le
hacía más feliz que eso, agradeció al rey y se fue.
A la noche siguiente fue a encontrarse en el bosque con
el rey de los monstruos, relató entusiasmado lo que había pasado y aunque vio
incertidumbre en los ojos ajenos también reparó determinación y ambos se
embarcaron al reino humano donde, no fueron recibidos con agrado y si no fuera
por la intervención de Justo seguramente el monstruoso rey hubiera perdido la
templanza, más eso por fortuna no paso. Ambos fueron escoltados por Less ante
el rey y más de cien soldados les vigilaban.
- ¡Por dios! –exclamó el rey cuando les vio llegar.
Automáticamente llevo su mano a la empuñadura de su espada, parecía tener miedo
y cuando el monstruo percibió esas intenciones enseño sus puntiagudos
colmillos, todos se pusieron en guardia dispuestos a atacar.
- ¡No! él está aquí para hablarlo asustan ¡bajen sus
armas! – suplicó encarecidamente Justo.
- ¡Te lo dije, es inútil que hables con estos humanos! –
Refunfuño el monstruo, poniéndose a la defensiva – Ustedes nos llaman monstruos
a nosotros, pero yo he venido a hablar con ustedes y lo único que recibo son
insultos y malos tratos; entonces…- aparto a Justo de en medio y miro al rey de
los humanos – hay que cuestionarnos ¿quiénes son los verdaderos monstruos entre
nosotros? –
El rey comprendió esas palabras, lentamente quito su mano
de la empuñadura de su espada y ordeno a todos que retrocedieran, Less fue el
más escéptico de todos pero con una mirada de hielo de su majestad repitió la
orden, el rey de los humanos y el de los monstruos entraron a una habitación
junto con Justo. Todo el mundo estaba asustado, frenético, incluso algunos
decían que el rey había sido asesinado.
Larga espera…
Después de horas dialogando ambos reyes, gloriosos y
esplendorosos salieron.
- Querido pueblo, hoy es un día memorable para todos-
dijo el rey humano - ya que hemos llegado a un acuerdo de paz con los
monstruos. De ahora en adelante no les atacaremos y ellos tampoco lo harán con
nosotros, comercializaremos con ellos y respetaremos sus costumbres – las
personas miraron al rey como si le acabara de salir una segunda cabeza y el
monstruo hablo.
- Aquel ser que atente con la vida de otro será llevado
ante un tribunal de justicia y juzgado como debe ser, yo como el rey de los
monstruos les juro por mis hijos que luchare por esos ideales –
El rey de los humanos parecía más tranquilo, después de
dialogar con el terrible monstruo le pareció que no era tan temible al
contrario, era un excelente líder.
- ¡Mañana ambos reinos tendrán una fiesta como ninguna
otra! – Exclamó el rey de los humanos – al amanecer firmaremos el primer
tratado de paz entre el hombre y el monstruo al que llamaremos: “el tratado del
ombligo” ya que ahí fue el primer lugar donde un humano pudo dialogar con un
monstruo. – al principio ninguna persona pareció convencida, pero después
comenzaron con los gritos de júbilo, todos aplaudían semejante estrategia.
El rey de los monstruos estaba por marchar, cuando se
regresó para hablar con Justo, ahí le pidió que fuera a su reino y que tomara
el lugar que le correspondía a sus hijos ya que, necesitaban a una persona que
mediara entre los dos reinos con gran sabiduría, astucia pero sobre todo con un
gran corazón. Justo accedió y a la fecha el reino de los monstruos con el de
los humanos reina una gran felicidad y paz como nunca antes.
Fin
Por: Yazmín Olivera García
MEDIA… ¿QUÉ?
Renata, como muchas niñas de su edad, era alegre y
divertida, además ¡Le encantaba ir a la escuela! ¡Cómo no iba a gustarle! En la
anterior todos se llevaban muy bien y tenía buenos amigos. Su mamá le contó que por el trabajo de papá
era necesario mudarse y que era hora de conocer un nuevo lugar para estudiar.
-Aprenderás muchas cosas nuevas y harás nuevos amigos-
recordaba que le decía su mamá.
El nuevo uniforme con cuadros rojos no era tanto de su
agrado pero estaba muy contenta en su nuevo salón. Tenía compañeros que la
hacían reír mucho, una maestra con un peinado que parecía algodón de
azúcar, además tenía una banca amplia
donde podía meter muchos libros. Todo parecía muy emocionante.
-¿Entonces la respuesta es?
-¡Yo! ¡Yo! ¡Yo me la sé, maestra!-. Se apresuró a decir
la chica de cabello largo y negro, frente al problema de matemáticas anotado en
el pizarrón.
-Recuerda que, al igual que tus compañeros, debes de
levantar la mano para que sea tu turno de responder–Menciono amablemente la
profesora Martha.
-Si maestra, lo recordaré-. Aunque por la emoción solía
olvidarlo.
Poco a poco todo cambió. Sus compañeros ahora eran
diferentes, le aplicaban la muy famosa “ley del hielo”, si, ya saben, esa donde
no te dirigen la palabra por nada del mundo,
te quedas desayunando sola a la hora del recreo mientras todos juegan
con sus amigos y nadie por nada del mundo te junta en su equipo al menos que la profesora los obligue. Eso
sin contar las burlas constantes por cualquier cosa que hiciera.
-No entiendo porque me tratan así Daniela, yo sólo quiero
que seamos amigos. Siempre participo cuando la maestra pregunta, cuento chistes
y le sonrió a todos-.
-Se aprovechan cuando no está la profesora. Ella no
permite que pasen estas cosas-.
Ahora levantaba cada vez menos la mano a la hora de
clase, se sentía triste y con miedo. La escuela había dejado de ser un lugar
agradable donde estar.
-Miren…Ahí está la sabelotodo.
-¡No soy sabelotodo! ¡Déjenme en paz!
Susana y sus amigas la molestaban en cuanta oportunidad
tenían. Además, le habían dicho a sus demás compañeros que no le hablaran.
-No entiendo porque se portan así, no le hacen eso a
otros compañeros-. Afirmó Daniela, quien era la única que todavía le hablaba.
-De seguro les caigo mal porque vengo de otra escuela o
porque… la verdad es que no se me ocurre porque…sólo sé que me siento muy
triste.
-¿Por qué no hablas con la Profesora Carmen? Ella siempre
nos ayuda cuando tenemos algún problema. Ya sabes es la mediadora de la escuela
y….-.
-Media ¿Qué?-.
-Chicas pongan atención por favor, cuando sea recreo
pueden platicar todo lo que quieran-.
-Si profesora Martha, disculpe-.
Se miraron como diciéndose que tendrían una conversación
pendiente y se apresuraron a continuar con su actividad de clase.
A la hora del receso se sentía tan triste que no esperó a
Daniela para almorzar y se apresuró a sentarse en un rincón alejado del patio.
Allí nadie podría molestarle.
-¿Estás bien Renata?
-Profesora ¿Qué hace aquí?
-Veo que estas aquí sola y te ves decaída. Estoy
preocupada ¿Qué pasa? ¿Estás bien?
-¡Noooo! ¡Estoy harta de venir a la escuela! ¡Todos son
malos y nadie me quiere! -dijo la pequeña casi llorando.
-¿Ya le comentaste a alguien cómo te sientes?
-¿Para qué? Nadie puede ayudarme.
-¿Has oído hablar de la mediación escolar?
-Media… ¿Qué?
Entonces recordó lo que le había comentado su compañera
por la mañana.
-Mediación escolar. Deja te cuento sobre ella. ¿Conoces
lo que es un mediador escolar?
-No-.
-Es una persona que interviene en un conflicto para
ayudar a que los involucrados lleguen a una solución ¿Has tenido alguna discusión
o problema con algún compañero?
-¿Se refiere a lo que pasa con Susana y sus amigas?
-Lo que pasa con todos en tu grupo-.
-¿Eso funciona?
-Nunca lo sabrás sino lo pruebas-.
-Entonces hay una solución….-Se dijo a sí misma
susurrándose.
-¡Exacto! Vamos con la maestra Carmen, sé que ella puede
ayudarnos-.
-Profesora Carmen, me dijeron que usted puede ayudarme.
-¿Quieres contarme qué es lo que ocurre?
Entonces empezó a platicarle lo que había pasado desde su
llegada a la escuela.
-¡Yo, como mediador, no te daré soluciones, pero de
manera neutral puedo ayudarlos a encontrarlas a ti y a tus compañeros!
-Ellos no necesitan ayuda. Yo soy la que necesita ayuda.
-Todos la necesitamos, ellos al igual que tú. Nos
reuniremos y les explicaré lo que haremos-.
-Está bien-.
-¡Es hora de encontrar una solución pacífica!
Así, un salón privado y cómodo, se dieron cita todas.
-Hola chicas, el día de hoy vamos a llevar a cabo una
mediación escolar. Sé que sus maestros ya les han hablado antes de ello, pero
les explicaré para que todos lo tengamos claro. Como en el futbol, o cualquier
otro deporte, hay reglas muy sencillas pero importantes que hay que cumplir-.
-¿Cuáles son esas reglas?
-Qué bueno que preguntas Susana. Primero, es importante
respetar el turno de la persona que habla. Levantar la mano para intervenir. Es
decir, todos hablaremos con orden y respeto.
-¡Esta bien! -. Afirmaron todas juntas.
-Por turnos, cada quien nos va a contar qué es lo que
está pasando. Cómo se siente.
-Pero de seguro estará de lado de Renata porque ella nos
acusó. Nos culpará de todo y nos castigará-refirió molesta una de las amigas de
Susana.
-Vamos a pensarlo así chicas, yo como mediadora soy como
un árbitro, no estoy de lado de nadie, pero les ayudare a todas a entenderse
para llegar a acuerdos.
-No sé si quiero hablar con ellas, han sido muy malas
conmigo ¡Estoy enojada!
-Esta es una actividad voluntaria. Como mediadora, estoy
en medio y tranquilizo si me percato que las cosas empiezan a complicarse. La
escuela es un lugar para aprender y hacer amigos. Pero a veces tenemos
problemas. Cuando eso pasa es importante buscar solucionarlos y si no podemos
solos siempre podemos pedirle ayuda a un mediador-.
Entonces las chicas comenzaron el ejercicio.
-Renata desde que llegó venía de presumida y
sabelotodo…-.
-Respeto Susana, recuerda-.
-Bueno, nos presumía todo lo que sabía queriéndose volver
la favorita de la profesora. Quería hacernos quedar a todos como unos tontos-.
Susana mencionó que muchas veces cuando alguien del grupo
levantaba la mano para participar, Renata se apresuraba y los interrumpía. No
estaba respetando las reglas y no se le hacía justo.
-Yo no lo hago por eso –Pensó para sí mismo la chica.
Mientras proseguía su compañera, Renata quería
interrumpirla pero sabía que debía aguardar su turno. Esperó a que Susana
terminara.
-A mí me gusta mucho participar, así puedo compartir con
mis compañeros lo que aprendo y ellos me pueden enseñar a mí-.
-¿Entonces no lo hacías por molestarnos?
-¡Nooo!
-¿Entonces porque nos interrumpes?
-No me había percatado que lo hacía. Menos que era tan
molesto para ustedes.
-¿Ven?…Renata, Susana…y ustedes también chicas. A veces
hay malentendidos. Lo mejor que podemos hacer es hablarlos, escuchar al otro y
saber qué es lo que siente y porque hace las cosas-.
-¿Ahora qué podemos hacer?
-¿Qué crees que puedas hacer Susana?-Menciono amablemente
la profesora Carmen.
-Dejar de molestar a Renata, hacer equipo con ella.
Unirla al grupo.
-¿Tú Renata qué puedes hacer?
-No interrumpir y respetar la opinión de mis compañeros
Las niñas se sonrieron.
-¿Qué les parece si ahora hacemos sus acuerdos por escrito?
-¡Claro! Así los recordaremos y podemos acudir a ellos
siempre que sea necesario-.
-Este ejercicio de mediación me ha gustado mucho. Les
contaré a mis compañeros que cuando tengan un problema o no estén de acuerdo
con algo lo practiquen-.
-¡¡Es estupendo!! Porque las soluciones la decidimos
entre nosotras y llegamos a un acuerdo.
-Gracias a la mediación hemos podido solucionar nuestro
conflicto y podemos ser amigos-.
Entonces chicas ¿Qué aprendimos hoy?
-Que siempre hay una solución distinta a la indiferencia
o a la pelea-.
Así a veces pasa. Cuando uno es protagonista de un cuento
sólo ve su propia versión. Pero es importante conocer todas las versiones.
Contrastar tu historia con la del protagonista y con la de los demás. Sólo así
resolveremos los problemas. Sólo así
podremos seguir teniendo una verdadera cultura de paz.
-Entonces niñas ¿Cómo se terminan los cuentos?
-¿Vivieron felices para siempre?-se apresuró a decir
Renata.
-¡Hey! Levanta la mano y espera tu turno-. Se rió Susana.
Mejor, colorín colorado….
-¡Esta escuela se ha mediado! –dijeron todas al unisonó
mientras reían.
UN INVITADO INESPERADO
Por: Francisco Melchor Bautista
El
mediador salió de su despacho, un tanto intrigado. La secretaria le había dicho
que un peculiar sujeto solicitaba hablar con él. En el camino iba imaginándose su
apariencia, pasando desde las formas más fantásticas hasta las más siniestras
por su mente.
Por
la cara de la secretaria, que minutos antes le había notificado aquella
información, pensaba, que quien lo buscaba era el mismísimo diablo, pues la
expresión de la pobre muchacha era de espanto. “al…alguien lo busca Señor
Licenciado” había balbuceo y sorpresa. Lo cual le producía una descarga de
adrenalina por estrecharle la mano por fin al sujeto.
Cuando
estuvo a escasos metros de la puerta que lo conectaba con “aquello” no pudo
disimular un poco de temor, cuando vio la cara de sus subalternos que
cuchicheaban afuera de la puerta.
Dio
una señal a su secretario que se encontraba con algunos papeles en la mano,
para que lo siguiera y ambos entraron a aquella habitación con más dudas que
miedo. En realidad era una oficina, donde el mediador se entrevistaba con las
partes, pero en aquella ocasión, aquel cuadro de 4 por 4 se convirtió en la
comidilla de todos los asistentes.
-¡Un
duende!- no pudo disimular ni un poco su expresión de asombro, cuando se
encontró de frente ante aquel hombrecillo. Medía escaso medio metro, llevaba
puesto un sombrero puntiagudo, una barba un tanto descuidada, que contrastaba
con sus pantaloncillos acampanados y su chaleco verde. Se le veía relajado
aunque había algo en su comportamiento interno que lo mantenía pensando en Dios
sabe que. Claro, si los duendes tienen un dios.
Una
vez que se presentó aquel singular invitado, quien dijo llamarse Owak. Seguido
de ello, hilo su primera oración completa:
-Vengo
ante usted porque he cometido un crimen en mi comunidad y he decidido no acudir
ante un juez convencional. Usted verá, para nosotros
cualquier crimen es duramente castigado y este órgano es lo más adecuado
para lo que verdaderamente busco: reparar el daño y traer paz para todos – dijo
un poco avergonzado, con los ojos mojados por las lágrimas.
¿Por
qué no acude ante su justicia señor? – observó el mediador tratando de indagar
un poco más en el tema, aunque desconocía todo sobre “su justicia” o siquiera
con lo relacionado a los duendes, cualquier conocimiento de ellos, se remitía a
los cuentos de hadas.
-Los
duendes nos regimos ante jueces como ustedes, pero lo que hice se castiga con
muchos años de prisión en el bosque embrujado. ¡Horrible¡, horrible señor-
pronunciando esto último, un escalofrió
le recorrió su débil cuerpo que lo hizo estremecer.
El
mediador miro a su secretario mientras el duende se limpiaba los ojos llorosos
con un pañuelo oculto en las mangas. Ambos conversaron en voz baja para no ser
escuchados por su inesperado amigo.
La
Constitución, les obligaba a respetar los Derechos Humanos de todas las
personas sin distingo alguno, en su Artículo 1º, y bueno, aquello parecía una
persona pequeña si así se le podría llamar, por lo que no dudaron en
considerarla como tal. Y no obstante con ello, otro artículo de La Constitución
obligaba a brindar justicia para todos.
Jamás
se les había presentado un caso semejante, pero fue más su deseo por ayudarlo y
poder colaborar en una justicia que pudiera traer paz a la sociedad, con base
en mecanismos alternos de diálogo que olvidaron por completo, a no considerar
que él fuese un duende y que contradijera todos sus conocimientos científicos, así
que conmovidos por sus sentimientos de seres humanos, se miraron uno al otro, y el mediador dijo:
-Señor
Owak, siéntase seguro de que lo ayudaremos a solucionar su problema.
Fue
entonces que se supo que Owak, pertenecía a una comunidad de duendes que vivían
en el Estado de Guanajuato, desde hace algunos siglos. Les narró que en la
comunidad se dedicaban a la producción y cosecha de flores y arboles
silvestres. Él, en lo particular se dedicaba al cultivo de las
orquídeas. Su vida había pasado sin sobresaltos, yendo y viniendo al trabajo
sin cambios en su rutina, hasta que hace poco había ocurrido una tragedia, como
la calificaba el mismo.
Una
tarde mientras se hallaba conduciendo su colibrí, ya que los duendes los
utilizan de transporte cotidiano, así como nosotros los coches, explicó, no se
había fijado y por accidente había atropellado a otro duende. El alboroto
dentro de la aldea fue tal que todos, incluyendo principalmente la familia de
la víctima, pedía que se le enviara al “bosque embrujado” a purgar su pena.
Todo fue tan rápido que a los minutos del accidente se encontraba capturado,
mientras a su alrededor, todos gritaban ¡justicia!.
También
comento que su juicio seria en unos días, por parte de jueces, que no se
tentarían el corazón para condenarlo por un accidente y que posiblemente antes
de ser enviado al “bosque embrujado”, pasaría algunos años encerrado dentro de
una cárcel improvisada en la aldea. Pensando en ello es por lo que había
logrado escapar, llegando al mundo de
los “humanos”.
Su
intención nunca fue no hacerse responsable por sus actos, así que una vez que
estuvo a salvo, investigó sobre la justicia humana y encontró un órgano de
“Justicia Alternativa”, como se llamaba éste. Bastante avanzado para el
rudimentario sistema de justicia de su aldea, de hecho, “si me condenan jamás
podre reparar el daño, viviré en el bosque por años, en cambio, yo quiero hacer
algo en arrepentimiento a mi descuido, así que cuando me enteré de esta
justicia humana vine sin pensarlo”
El
mediador no dejo pasar mucho tiempo y una vez investigado el lugar de la aldea,
para ello se había puesto en contacto con personas que conocían su ubicación,
hizo ir a los familiares de las victimas de aquel mundo mágico.
Los
familiares, una vez que se les notificó que los buscaban con noticias de la
huida de Owak, el asesino como se le había nombrado, no se hicieron esperar y
se presentaron ante aquella oficina de “justicia alternativa” en compañía de
toda la aldea el mismo día que fueron avisados. El mediador los atendió
amablemente y sólo hizo pasar a los interesados.
Owak,
una vez que se hallaron en presencia de los familiares y el mediador, pidió
disculpas. Confesó que pudo haber tenido más cuidado pero que nunca fue su
intención hacerle daño a nadie. Los familiares permanecieron en silencio
mientras miraban despectivamente al mediador. Continuó afirmando que había sido
un accidente y que para él, sería más justo ayudarles con algo en lugar de ser
enviado al “bosque embrujado” injustamente.
-si
ustedes me lo permiten, de mi trabajo como cultivador de flores, puedo
ofrecerles la mitad de mi sueldo durante 10 años, para compensar mis actos.
El
mediador lo miro con rostro de aprobación, como un padre mira a su hijo en
señal de respeto cuando hace lo que le ha pedido, al escuchar lo dicho, para
después interrumpir la tierna escena y decir:
-como
ven señores el joven Owak se compromete a reparar el daño, producto de tan
lamentable accidente. Acepten sus disculpas- dijo amablemente hacia los
familiares.
La
incertidumbre que invadió la sala debió haber producido un efecto terapéutico
en las conciencias de aquellos deudos pues en pocos minutos aceptaron el ofrecimiento
de Owak, con la condición de que no sólo le pidiera disculpas a ellos, sino a
toda la comunidad.
Dicho
eso y aceptado lo convenido, en un acto solemne Owak se dirigió antes sus
camaradas y dio un discurso que hoy en día todos en la oficina siguen recordando
con lágrimas en los ojos. El jefe de la comunidad lo abrazo efusivamente y
quienes lo habían acusado ahora lloraban de emoción. Los jueces duendes
recibieron el acuerdo firmado por Owak y los familiares para llevárselo y
hacerlo respetar dentro de su comunidad mágica.
Uno
de los abogados mágicos que se encontraba allí, se dirigió con el mediador y le
pidió una copia de “La Ley” que regulaba dichos órganos para después decir:
-Creo
que propondremos evolucionar en nuestra aldea a una justicia donde el diálogo
sea la principal fuente de toda conducta. La paz en nuestra comunidad y la
armonía sedaría de mejor manera si utilizáramos este sistema. Daremos nuevos
juicios a quienes están en “el bosque embrujado”. La paz siempre deberá ser
crucial para toda sociedad- el mediador sonrío y el abogado duende siguió- en
nuestro sistema de justicia, apenas ayer condenamos a alguien por robarle una
pluma a un humano.
El
mediador lo miro extrañado y le dijo en voz baja:
-justo
ayer perdí una pluma
-
hubiera sido más fácil hacerlo que la regresara en lugar de enviarlo “al bosque
embrujado”. Son muy listos ustedes los humanos al solucionar conflictos.
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